Vida de San Antonio. | Vida de San Antonio 1. | Vida de San Antonio 2. | Vida de San Antonio 3. | Vida de San Antonio 4. |
Así Antonio se dominó a sí mismo. Entonces decidió mudarse a los sepulcros que se hallan a cierta distancia de la aldea. Pidió a uno de sus familiares que le llevaran pan a largos intervalos. Entró entonces en una de las tumbas, el mencionado hombre cerró la puerta tras él, y así quedó dentro solo. Esto era más de lo que el enemigo podía soportar, pues en verdad temía que ahora fuera a llenar también el desierto con la vida ascética. Así llegó una noche con un gran número de demonios y lo azotó tan implacablemente que quedó tirado en el suelo, sin habla por el dolor. Afirmaba que el dolor era tan fuerte que los golpes no podían haber sido infligidos por ningún hombre como para causar semejante tormento. Por la providencia de Dios, porque el Señor no abandona a los que esperan en El, su pariente llegó al día siguiente trayéndole pan. Cuando abrió la puerta y lo vio tirado en el suelo como muerto, lo levantó y lo llevó hasta la Iglesia y lo depositó sobre el suelo. Muchos de sus parientes y de la gente de la aldea se sentaron en torno a Antonio como para velar su cadáver. Pero hacia la medianoche Antonio recobró el conocimiento y despertó. Cuando vio que todos estaban dormidos y sólo su amigo estaba despierto, le hizo señas para que se acercara y le pidió que lo levantara y lo llevara de nuevo a los sepulcros, sin despertar a nadie.
El hombre lo llevó de vuelta, la puerta fue trancada como antes y de nuevo que solo dentro. Por los golpes recibidos estaba demasiado débil como para mantenerse en pie; entonces oraba tendido en el suelo. Terminada su oración, gritó: "Aquí estoy yo, Antonio, que no me he acobardado con tus golpes, y aunque mas me des, nada me separar del amor a Cristo" (Rm 8,35). Entonces comenzó a cantar: "Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla" (Sal.26,3).
Tales eran los pensamientos y las palabras del asceta, pero el que odia el bien, el enemigo, asombrado de que después de todos los golpes todavía tuviera valor de volver, llamó a sus perros, y arrebatado de rabia dijo: "Ustedes ven que no hemos podido detener a este tipo con el espíritu de fornicación ni con los golpes; al contrario llega a desafiarnos. Vamos a proceder con él de otro modo".
La función del malhechor no es difícil para el demonio. Esa noche, por eso, hicieron tal estrépito que el lugar parecía sacudido por un terremoto. Era como si los demonios se abrieran paso por las cuatro paredes del recinto, reventando a través de ellas en forma de bestia y reptiles. De repente todo el lugar se llenó de imágenes fantasmagóricas de leones, osos, leopardos, toros, serpientes, áspides, escorpiones y lobos; cada uno se movía según el ejemplar que había asumido. El león rugía, listo para saltar sobre él; el toro ya casi lo atravesaba con sus cuernos; la serpiente se retorcía sin alcanzarlo completamente; el lobo lo acometía de frente; y el griterío armado simultáneamente por todas estas apariciones era espantoso, y la furia que mostraba era feroz.
Antonio, remecido y punzado por ellos, sentía aumentar el dolor en su cuerpo; sin embargo yacía sin miedo y con su espíritu vigilante. Gemía es verdad, por el dolor que atormentaba su cuerpo, pero su mente era dueña de la situación, y, como para burlarse de ellos, decía: si tuvieran poder sobre mí, hubiera bastado que viniera uno solo de ustedes; pero el Señor les quitó su fuerza, y por eso están tratando de hacerme perder el juicio con su número; es señal de su debilidad que tengan que imitar a las bestias". De nuevo tuvo la valentía de decirles: "Si es que pueden, seis que han recibido el poder sobre mí, no se demoren, ¡vengan al ataque!. Y si nada pueden, ¿para qué forzarse tanto sin ningún fin? Por que la fe en nuestro Señor es sello para nosotros y muro de salvación". Así, después de haber intentado muchas argucias, rechinaron su dientes contra él, porque eran ellos los que se estaban volviendo locos y no él.
De nuevo el Señor no se olvidó de Antonio en su lucha, sino que vino a ayudarlo. Pues cuando miró hacia arriba, vio como si el techo se abriera y un rayo de luz bajara hacia él. Los demonios se habían ido de repente, el dolor de su cuerpo cesó y el edificio estaba restaurado como antes. Antonio, habiendo notado que la ayuda había llegado, respiró más libremente y se sintió aliviado en sus dolores. Y preguntó a la visión: "¿Dónde estaba tú? ¿Por qué no apareciste al comienzo para detener mis dolores?"
Y una voz le habló: "Antonio, yo estaba aquí, pero esperaba verte en acción. Y ahora que haz aguantado sin rendirte, seré siempre tu ayuda y te haré famoso en todas partes."
Oyendo esto, se levantó y oró; y fue tan fortalecido que sintió su cuerpo más vigoroso que antes. Tenía por aquel tiempo unos treinta y cinco años edad.
Al día siguiente se fue, inspirado por un celo aún mayor por el servicio de Dios. Fue al encuentro del anciano ya antes mencionado (3-5) y le rogó que se fuera a vivir con él en el desierto. El otro declinó la invitación a causa de su edad y porque tal modo de vivir no era todavía costumbre. Entonces se fue solo a vivir a la montaña. ¡Pero ahí estaba de nuevo el enemigo!. Viendo su seriedad y queriendo frustarla, proyectó la imagen ilusoria de un disco de plata sobre el camino. Pero Antonio, penetrando en el ardid del que odia el bien, se detuvo y, desenmascaró al demonio en él, diciendo: " ¿Un disco en el desierto? ¿De dónde sale esto?. Esta no es una carretera frecuentada, y no hay huellas de que haya pasado gente por este camino. Es de gran tamaño y no puede haberse caído inadvertidamente. En verdad, aunque se hubiera perdido, el dueño habría vuelto y lo habría buscado, y seguramente lo habría encontrado porque es una región desierta. Esto es engaño del demonio. ¡No vas a frustrar mi resolución con estas cosas, demonio! ¡Tu dinero perezca junto contigo!" (Hch 8,20). Y al decir esto Antonio, el disco desapareció como humo.
Luego, mientras caminaba, vio de nuevo, no ya otra ilusión, sino oro verdadero, desparramado a lo largo del camino. Pues bien, ya sea que al mismo enemigo le llamó la atención, o si fue un buen espíritu el que atrajo al luchador y le demostró al demonio de que no se preocupabas ni siquiera de las riquezas auténticas, él mismo no lo indicó, y por eso no sabemos nada sino que era realmente oro lo que allí había. En cuanto a Antonio, quedó sorprendido por la cantidad que había, pero atravesó por él, como si hubiera sido fuego y siguió su camino sin volverse atrás. Al contrario, se puso a correr tan rápido que al poco rato perdió de vista el lugar y quedó oculto de él.
Así, afirmándose más y más en su propósito, se apresuro hacia la montaña
(3). En la parte distante del río encontró un fortín desierto que con el correr del tiempo estaba plagado de reptiles. Allí se estableció para vivir. Los reptiles como si alguien los hubiera echado, se fueron de repente. Bloqueó la entrada, después de enterrar pan para seis meses –así lo hacen los tebanos y a menudo los panes se mantienen frescos por todo un año–, y teniendo agua a mano, desapareció como en un santuario. Quedó allí solo, no saliendo nunca y no viendo pasar a nadie. Por mucho tiempo perseveró en esta práctica ascética; solo dos veces al año recibía pan, que lo dejaba caer por el techo.Sus amigos que venían a verlo, pasaban a menudo días y noches fuera, puesto que no quería dejarlos entrar. Oían que sonaba como una multitud frenética, haciendo ruidos, armando tumulto, gimiendo lastimeramente y chillando: "¡Ándate de nuestro dominio! ¿Que tienes que hacer en el desierto? Tú no puedes soportar nuestra persecución". Al principio los que estaban afuera creían que había hombres peleando con él y que habrían entrado por medio de escaleras, pero cuando atisbaron por un hoyo y no vieron a nadie, se dieron cuenta que eran los demonios los que estaban en el asunto, y, llenos de miedo, llamaron a Antonio. El estaba más inquieto por ellos que por los demonios. Acercándose a la puerta les aconsejó que se fueran y no tuvieran miedo. Les dijo: "Sólo contra los miedosos los demonios conjuran fantasmas. Ustedes ahora hagan la señal de la cruz y vuélvanse a su casa sin temor, y déjenlos que se enloquezcan ellos mismos".
Entonces se fueron, fortalecidos con la señal de la cruz, mientras él se quedaba sin sufrir ningún daño de los demonios. Pero tampoco se fastidiaba de la contienda, porque la ayuda que recibía de lo alto por medio de visiones y la debilidad de sus enemigos, le daban gran alivio en sus penalidades y ánimo para un mayor entusiasmo. Sus amigos venían una y otra vez esperando, por supuesto, encontrarlo muerto, pero lo escuchaban cantar: "Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian. Como el humo se disipa, se disipan ellos; como se derrite las cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios" (Sal 67,2). Y también: "Todos los pueblos me rodeaban, en el nombre del Señor los rechacé" (Sal 117,10).
Así pasó casi veinte años practicando solo la vida ascética, no saliendo nunca y siendo raramente visto por otros. Después de esto, como había muchos que ansiaban y aspiraban imitar su santa vida, y algunos de sus amigos vinieron y forzaron la puerta echándolas abajo, Antonio salió como de un santuario, como un iniciado en los sagrados misterios y lleno del Espíritu de Dios. Fue la primera vez que se mostró fuera del fortín a los que vinieron hacia él. Cuando lo vieron, estaban asombrados al comprobar que su cuerpo guardaba su antigua apariencia: no estaba ni obeso por falta de ejercicio ni macilento por sus ayunos y luchas con los demonios: era el mismo hombre que habían conocido antes de su retiro.
El estado de su alma era puro, pues no estaba ni encogido por la aflicción, ni disipado por la alegría, ni penetrado por la diversión o el desaliento. No se desconcertó cuando vio la multitud ni se enorgulleció al ver a tantos que lo recibían. Se tenía completamente bajo control, como hombre guiado por la razón y con gran equilibrio de carácter.
Por él sanó a muchos de los presentes que tenían enfermedades corporales y liberó a otros de espíritus impuros. Concedió también a Antonio el encanto en el hablar; y así confortó a muchos en sus penas y reconcilió a otros que se peleaban. Exhortó a todos a no preferir nada en este mundo al amor de Cristo. Y cuando en su discurso los exhortó a recordar los bienes venideros y la bondad mostrada a nosotros por Dios, "que no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32), indujo a muchos a abrazar la vida monástica. Y así aparecieron celdas monacales en la montaña y el desierto se pobló de monjes que abandonaban a los suyos y se inscribían para ser ciudadanos del cielo (Hb 3,20; 12,23).
Una vez tuvo necesidad de cruzar el canal de Arsinoé –la ocasión fue para una visita a los hermanos–; el canal estaba lleno de cocodrilos. Simplemente oró, se metió con todo sus compañeros, y pasó al otro lado sin ser tocado. De vuelta a su celda, se aplicó con todo celo a sus santos y vigorosos ejercicios. Por medio de constantes conferencias encendía el ardor de los que ya eran monjes e incitaba a muchos otros al amor de la vida ascética; y pronto, en la medida en que su mensaje arrastraba a hombres a través de él, el número de celdas monacales se multiplicaba y para todos era como un padre y guía.
Un día en que él salió, vinieron todos los monjes y le pidieron una conferencia. El les habló en lengua copta como sigue:
"Las Escrituras bastan realmente para nuestra instrucción. Sin embargo, es bueno para nosotros alentarnos unos a otros en la fe y usar de la palabra para estimularnos. Sean, por eso, como niños y tráiganle a su padre lo que sepan y díganselo, tal como yo, siendo el mas antiguo, comparto con ustedes mi conocimiento y mi experiencia.
Para comenzar, tengamos todos el mismo celo, para no renunciar a lo que hemos comenzado, para no perder el nimo, para no decir: "Hemos pasado demasiado tiempo en esta vida ascética". No, comenzando de nuevo cada día, aumentemos nuestro celo. Toda la vida del hombre es muy breve comparada con el tiempo que a de venir, de modo que todo nuestro tiempo es nada comparada con la vida eterna. En el mundo, todo se vende; y cada cosa se comercia según su valor por algo equivalente; pero la promesa de la vida eterna puede comprarse con muy poco. La Escritura dice: "Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil" (Sal 89,10). Si, pues, todos vivimos ochenta años o incluso cien, en la práctica de la vida ascética, no vamos a reinar el mismo período de cien años, sino que en vez de los cien reinaremos para siempre. Y aunque nuestro esfuerzo es en la tierra, no recibiremos nuestra herencia en la tierra sino lo que se nos ha prometido en el cielo. Más, aún, vamos a abandonar nuestro cuerpo corruptible y a recibirlo incorruptible (1 Co 15,42).
Así, hijitos, no nos cansemos ni pensemos que estamos afanándonos mucho tiempo o que estamos haciendo algo grande. Pues los sufrimientos de la vida presente no pueden compararse con la gloria separada que nos ser revelada (Rm 8,18). No miremos hacia a través, hacia el mundo, que hemos renunciado a grandes cosas. Pues incluso todo el mundo, y no creamos que es muy trivial comparado con el cielo. Aunque fuéramos dueños de toda la tierra y renunciaremos a toda la tierra, nada sería comparado con el reino de los cielos. Tal como una persona despreciaría una moneda de cobre para ganar cien monedas de oro, así es que el dueño de la tierra y renuncia a ella, da realmente poco y recibe cien veces más (Mt 19,29). Pues, ni siquiera, toda la tierra equivale el valor del cielo, ciertamente el que entrega una poca tierra no debe jactarse ni apenarse; lo que abandona es prácticamente nada, aunque sea un hogar o una suma considerable de dinero de lo que se separa.
"Debemos además tener en cuenta que si no dejamos estas cosas por el amor a la virtud, después tendremos que abandonarlas de todos modos y a menudo también, como nos recuerda el Eclesiastés" (2,18; 4,8; 6,2), a personas a las que no hubiéramos querido dejarlas. Entonces, ¿por qué no hacer de la necesidad virtud y entregarlas de modo que podamos heredar un reino por añadidura? Por eso, ninguno de nosotros tenga ni siquiera el deseo de poseer riquezas. ¿De qué nos sirve poseer lo que no podemos llevar con nosotros? ¿Por qué no poseer mas bien aquellas cosas que podamos llevar con nosotros: prudencia, justicia, templanza, fortaleza, entendimiento, caridad, amor a los pobres, fe en Cristo, humildad, hospitalidad? Una vez que las poseamos, hallaremos que ellas van delante de nosotros, preparándonos la bienvenida en la tierra de los mansos. (Lc 16,9; Mt 5,4)
"Con estos pensamientos cada uno debe convencerse que no hay que descuidarse sino considerar que se es servidor del Señor y atado al servicio de su Maestro. Pero un sirviente no se va atrever a decir: "Ya que trabajé ayer, no voy a trabajar hoy". Tampoco se va a poner a calcular el tiempo que se ya ha servido y a descansar durante los día que le quedan por delante; no, día tras día, como está escrito en el Evangelio (Lc 12,35-38; 17,7-10; Mt 24,45), muestra la misma buena voluntad para que pueda agradar a su patrón y no causar ninguna molestia. Perseveremos, pues, en la práctica diaria de la vida ascética, sabiendo de que si somos negligentes un solo día, El no nos va a perdonar en consideración al tiempo anterior, sino que se va a enojar con nosotros por nuestro descuido. Así lo hemos escuchado en Ezequiel (Ez 18,24.26; 33,12ss); lo mismo Judas, que en una sola noche destruyó el trabajo de todo su pasado.
Por eso, hijos, perseveremos en la práctica del ascetismo y no nos desalentemos. También tenemos en esto al Señor que nos ayuda, según la Escritura: "Dios coopera para el bien" (Rm 8,28) con todo el que elige el bien. Y en cuanto a que no debemos descuidarnos, es bueno meditar lo que dice el apóstol: "muero cada día" (1 Co 15,31). Realmente si nosotros también viviéramos como si en cada nuevo día fuéramos a morir, no pecaríamos. En cuanto a la cita, su sentido es este: Cuando nos despertamos cada día, deberíamos pensar que no vamos a vivir hasta la tarde; y de nuevo, cuando nos vamos a dormir, deberíamos pensar que no vamos a despertar. Nuestra vida es insegura por naturaleza y nos es medida diariamente por Providencia. Si con esta disposición vivimos nuestra vida diaria, no cometeremos pecado, no codiciaremos nada, no tendremos inquina a nadie, no acumularemos tesoros en la tierra; sino que como quien cada día espera morirse, seremos pobres y perdonaremos todo a todos. Desear mujeres u otros placeres sucios, tampoco tendremos semejantes deseos sino que le volveremos las espaldas como a algo transitorio combatiendo siempre y teniendo ante nuestros ojos el día del juicio. El mayor temor a juicio y el desasosiego por los tormentos, disipan invariablemente la fascinación del placer y fortalecen el nimo vacilante.
"Ahora que hemos hecho un comienzo y estamos en la senda de la virtud, alarguemos nuestros pasos aún más para alcanzar lo que tenemos delante (Flp 3,13). No miremos atrás, como hizo la mujer de Lot (Gn 19,26), porque sobretodo el Señor ha dicho: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de los cielos" (Lc 9,62). Y este mirar hacia atrás no es otra cosa sino arrepentirse de lo comenzado y acordarse de nuevo de lo mundano.
Cuando oigan hablar de la virtud, no se asusten ni la traten como palabra extraña. Realmente no está lejos de nosotros ni su lugar está fuera de nosotros; no, ella está dentro de nosotros, y su cumplimiento es fácil camino y cruzan el mar para estudiar las letras; pero nosotros no tenemos necesidad de ponernos en camino por el reino de los cielos ni de cruzar el mar para alcanzar la virtud. El Señor nos lo dijo de antemano: "El reino de los cielos está dentro de nosotros y brota de nosotros". La virtud existe cuando el alma se mantiene en su estado natural. Es mantenida en su estado natural cuando queda cuando vino al ser. Y vino al ser limpia y perfectamente íntegra (Ecl 7,30). Por eso Josué, el hijo de Nun, exhortó al pueblo con estas palabras: "Mantengan íntegro sus corazones ante el Señor, el Dios de Israel" (Jos 24,26); y Juan: "Enderecen sus caminos" (Mt 3,3). El alma es derecha cuando la mente se mantiene en el estado en que fue creada. Pero cuando se desvía y se pervierte de su condición natural, eso se llama vicio del alma.
La tarea no es difícil: si quedamos como fuimos creados, estamos en estado de virtud, pero si entregamos nuestra mente a cosas bajas, somos considerados perversos. Si este trabajo tuviese que ser realizado desde fuera, sería en verdad difícil; pero dado que está dentro de nosotros, cuidémonos de pensamientos sucios. Y habiendo recibido el alma como algo confiado a nosotros, guardémosla para el Señor, para que el pueda reconocer su obra como la misma que hizo.
"Luchemos, pues, para que la ira no sea nuestro dueño ni la concupiscencia nos esclavice. Pues está escrito 'que la ira del hombre no hace lo que agrada a Dios'( St 1,20). Y la concupiscencia ' cuando ha concebido, da a luz el pecado; y de este pecado, cuando esta desarrollado, nace la muerte (St 1,15). Viviendo esta vida, mantengámonos cuidadosamente en guardia y, como está escrito, guardemos nuestro corazón con toda vigilancia (Pr 4,23). Tenemos enemigos poderosos y fuertes: son los demonios malvados; y contra ellos 'es nuestra lucha', como dice el apóstol, 'no contra gente de carne y hueso, sino contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestiales, es decir, los que tienen mando, autoridad y dominio en este mundo oscuro' (Ef 6,12). Grande es su número en el aire a nuestro alrededor, y no están lejos de nosotros. Pero la diferencia entre ellos es considerable. Nos llevaría mucho tiempo dar una explicación de su naturaleza y distinciones, tal disquisición es para otros más competentes que yo; lo único urgente y necesario para nosotros ahora es conocer sólo sus villanías contra nosotros.
En primer lugar, démonos cuenta de esto: los demonios no fueron creados como demonios, tal como entendemos este término, porque Dios no hizo nada malo. También ellos fueron creados limpios, pero se desviaron de la sabiduría celestial. Desde entonces andan vagando por la tierra. Por una parte, engañaron a los griegos con vanas fantasías, y, envidiosos de nosotros los cristianos, no han omitido nada para impedirnos entrar en cielo: no quieren que subamos al lugar de donde ellos cayeron. Por eso se necesita mucha oración y disciplina ascética para que uno pueda recibir del Espíritu Santo el don del discernimiento de espíritus y ser capaz de conocerlos: cuál de ellos es menos malo, cuál de ellos más; que interés especial persigue cada uno y cómo han de ser rechazados y echados fuera. Pues sus astucias y maquinaciones numerosas. Bien sabían el santo apóstol y sus discípulos cuando decían: conocemos muy bien su mañas (2 Co 2,11). Y nosotros, enseñados por nuestras experiencias, deberíamos guiar a otros a apartarse de ellos. Por eso yo, habiendo hecho en parte esta experiencia, les hablo a ustedes como a mis hijos.
"Cuando ellos ven que los cristianos en general, pero en particular los monjes, trabajan con cuidado y hacen progresos, primero los asaltan y los tientan colocándoles continuamente obstáculos en el camino (Sal 139,6). Estos obstáculos son los malos pensamientos. Pero no debemos asustarnos de sus asechanzas, pues se las desbarata pronto con la oración, el ayuno y la confianza en el Señor. Sin embargo, aunque desbaratados, no cesan sino que vuelven ataque con toda maldad y astucia. Cuando no pueden engañar el corazón con placeres abiertamente impuros, cambian su táctica y van de nuevo al ataque. Entonces urden y fingen apariciones para espantar el corazón, transformándose e imitando mujeres, bestias, reptiles, cuerpos de gran tamaño y hordas de guerreros. Pero ni aún así deben aplastarnos el miedo a semejantes fantasmas, ya que no son nada sino pura vanidad, especialmente si uno se fortalece con la señal de la cruz.
En verdad, son atrevidos y extraordinariamente desvergonzados. Si en este punto también se los derrota, avanzan una vez más con nueva estrategia. Pretender profetizar y predecir futuros acontecimientos. Aparecen mas altos que el techo, fornidos y corpulentos. Su propósito es, si es posible, arrebatar con tales apariciones a los que no han podido engañar con pensamientos. Y si hallan que aún el alma permanece fuerte en su fe y sostenida por la esperanza hacen intervenir a su jefe.
Este aparece a menudo de esta manera como, por ejemplo, se lo reveló el Señor a Job: "Sus ojos son como los párpados del alba. De su boca salen antorchas encendidas, chispas de fuego saltan fuera. De sus narices sale humo, como de olla o caldero que hierve. Su aliento enciende los carbones y de su boca sale llama" (Jb 41,18-21). Cuando el jefe de los demonios aparece de esta manera, el bribón trata de aterrorizarnos, como dije antes, con su hablar bravucón, tal como fue desenmascarado por el Señor cuando dijo a Job: 'Tiene toda arma por hojarasca, y del blandir de la jabalina se burla; hace hervir como una olla el mar profundo, y lo revuelve como una olla de ungüento' (Jb 41,29.31); también dice el profeta: 'Dijo el enemigo: los perseguiré y alcanzaré' (Ex 15,9); y en otra parte:' Y halló mi mano como nido las riquezas de los pueblos, y como se recogen los huevos abandonados, así me apoderé yo de toda la tierra' (Is 10,14)